top of page
  • Foto del escritorJessica Galera Andreu

La Leyenda de Eldraugur, por Vanesa Jiménez


Pronto descubrirás la razón por la que el invierno en Átraro dura solo 11 días, así como la leyenda que cuenta cómo se originaron el Camino de Fuego y el río Erlos, que discurren en paralelo entre las dos fascinantes terras brujas de Catarno y Domarna.

Una cronista muy especial a la que solo puedo deberle gratitud, gratitud y más gratitud. ¡Atentos!


 

—Y, desde entonces, el espíritu de Eldraugur yerra por los márgenes del Camino de Fuego, atrayendo a los incautos viajeros para avivar con sus almas las llamas de su penitencia.

Una súbita llamarada del pequeño hogar se eleva amenazante sobre las cabezas de los atentos espectadores. Los chicos, que se han inclinado hacia delante para escuchar el susurro de las últimas palabras del juglar, retroceden espantados ante el fogonazo. Un truco de prestidigitador que les encuentra desprevenidos y arranca una sonrisa de satisfacción al cuentacuentos.

Apenas se reprenden del sobresalto, todos los chiquillos fuerzan una risa nerviosa. Fingen estar por encima de esas viejas historias con las que asustar a crédulos y pusilánimes. Cuentos para críos. Al aya, sin embargo, no se le escapan las miradas de soslayo que lanzan sobre la balaustrada del balcón cuando creen que nadie los observa. Hacia el este, cerca de la línea del horizonte, se percibe con claridad el fulgor de las llamas del Camino de Fuego desafiando a las perpetuas tinieblas de la noche.

La vieja mujer se pone en pie con gesto cansado y, tras dedicar una inclinación de cabeza en señal de gratitud al contador de historias, da unas sonoras palmadas.

—Hora de ir a la cama.

El coro de abucheos se alza casi unánime como un canon estridente y desafinado en el que Arin, para sorpresa de nadie, ejerce de primer barítono, siempre espoleado por Nark, que no malgasta su voz de tenor en batallas que sabe perdidas de antemano.

Los hijos de los nobles, cómplices y víctimas por igual en las travesuras de los príncipes, apoyan las protestas amparados en la firme oposición de los vástagos de su soberana.

El aya se mantiene inflexible, inmune ya a los berrinches de Arin y a las zalamerías con las que Nark engatusa a cuantos se exponen a su calculada dulzura.

—La luna hace tiempo que dejó atrás su cénit. Agradeced al bardo sus palabras y marchad a vuestros aposentos, si no queréis que mañana informe a su majestad de cómo pretendéis abusar del generoso regalo que os ha concedido esta noche.

—Mis señores —saluda el poeta, con una exagerada reverencia—. Altezas. Ha sido un honor para este humilde cantor amenizar vuestra velada. Os deseo plácidos sueños y, no lo olvidéis, temed al viento cálido que precede al arribo del espectro que mora en las llamas.

—¡Todo eso no son más que patrañas absurdas para asustar a los críos! —se burla Arin, envalentonado por las risas de sus compañeros. De sobra es conocido como el mediano de los príncipes no pierde ocasión de alardear de su valor.

—Muestra respeto por el invitado de tu madre y por nuestra tradición oral, muchacho, o por muy príncipe que seas nada te librará de unos azotes.

Arin enrojece ante la reprimenda del aya. Nota como el calor asciende por sus mejillas hasta la punta de sus orejas.

—Mi hermano no ha pretendido ofenderos, maestro —se excusa Nark ante el bardo, con esa sonrisa encantadora capaz de apaciguar vendavales—. Se ha dejado llevar por su vehemencia. Con todo, hasta vos debéis admitir que algunos detalles de vuestro relato resultan inverosímiles.

El juglar inclina la cabeza, aceptando las disculpas y restando importancia al desplante del príncipe.

—Es prerrogativa de los cantores adornar las historias para garantizar la atención de su público.

—Y, sin duda, lo habéis logrado —le adula Nark—. Quieran los dioses que vuestro camino os traiga de nuevo a Catarno para que podamos disfrutar de vuestro arte.

—Mis disculpas, maestro —apostilla Arin de mala gana.

El contador de historias extrae de la nada un enorme pañuelo rojo que agita con una floritura. La tela se esfuma en unas volutas de humo, dejando en su lugar una moneda cubierta de una pátina de óxido. La hace saltar entre sus dedos, enviándola a los pies de menor de los príncipes, que aún permanece sentado frente al fuego perdido en sus propios pensamientos. La moneda rebota una única vez, marcando su contorno irregular sobre la fina capa de arena que cubre el suelo.

—No son necesarias las disculpas, alteza. —El bardo devuelve su atención al príncipe Arin—. Pero, recordad, hasta la más descabellada de las leyendas oculta algo de verdad.

—¡Tendremos que ir a comprobarlo! —grita uno de los primos de los príncipes.

—Te cagarías de miedo antes de cruzar las puertas de palacio —se mofa una niña de pelo trenzado y rostro cubierto de pecas, provocando una carcajada general.

—Nark puede ordenar que nos acompañen los Señores del Ocaso —sugiere uno de los más pequeños.

El aya pone los ojos en blanco y eleva una plegaria silenciosa a los dioses, suplicándoles paciencia.

—¡Yo sí que invocaré a los Señores del Ocaso para que os lleven a rastras a vuestros aposentos! ¡Moveos de una vez!

Nark se apiada de la desesperación de la pobre mujer y se dirige al interior del palacio, seguido por su peculiar cuadrilla, siempre presta a acatar el liderazgo innato del mayor de sus príncipes.

El bardo contempla como se alejan con una media sonrisa pintada en el rostro, hasta que un tirón de su manga reclama su atención.

Se gira para encontrarse con la expresión seria del menor de los príncipes. Sobre su palma extendida descansa la moneda.

Ambos se estudian durante unos minutos. La curiosidad brilla en los ojos del bardo, la seguridad en los del príncipe.

—Es un regalo, alteza —El cantor es el primero en romper el silencio.

El niño parece valorar la prudencia de aceptarlo. Después, con un cabeceo de conformidad, cierra el puño sobre la pequeña moneda y, sin decir una palabra, corre en pos de sus hermanos.

El grupo se diluye entre risas contenidas que intentan sin éxito no perturbar la quietud de las horas de reposo. Su juventud no entiende de la necesidad del descanso y solo la mirada severa del aya los espolea a sus habitaciones.

Zarik se deja caer sobre el lecho sin molestarse en desprenderse de sus ropas. Está cansado, pero es consciente de que las preguntas que la historia del bardo ha sembrado en su mente no le dejarán dormir. La dureza del colchón tampoco es de ayuda. Su madre insiste en que la excesiva comodidad ablanda el carácter. «Los jergones de los campos de batalla no están recubiertos de plumas», les repite cuando cometen la imprudencia de lamentarse de alguna molestia.

Patea las sábanas hasta enrollarlas en un revoltijo de tela arrugada que solo cubre sus pies, una costumbre que conserva desde que guarda memoria. Mantener los pies descubiertos mientras duerme le provoca una extraña sensación de desamparo.

La leve corriente que se cuela entre los postigos entreabiertos apenas mitiga el calor y su piel se cubre con rapidez de la sempiterna pátina de sudor que acompaña a la humedad de Catarno. Con todo, lo prefiere al clima de Domarna. Al menos aquí la brisa arrastra los aromas de la costa con promesas de libertad.

Se gira sobre el costado para contemplar la luna a través de la ventana. El astro ya ha completado gran parte de su recorrido por la bóveda celeste, aunque lograra sucumbir al sueño no bastaría para estar descansado durante las lecciones de la nueva jornada.

Antes de ser consciente de haber tomado la decisión, ya está en pie. Una mano gira con lentitud el pomo de la puerta, atento a no provocar el menor chirrido, la otra se cierra con fuerza sobre la moneda. Nota como sus cantos irregulares se clavan en la piel encallecida de la palma. Aunque solo tenga ocho años, ha invertido más horas en sostener espadas que juguetes.

Salir del palacio no es un problema. No es la primera vez. Nark y Arin le han enseñado los entresijos del castillo y él es lo bastante pequeño y sigiloso como para evitar a los guardias. Nada puede hacer al respecto de las huellas que deja a su paso sobre la arena que tapiza los pasillos, pero se aferra a la esperanza de que nadie busca lo que no sabe que ha perdido.

Cuando alcanza cielo abierto inspira en profundidad, como si quisiera aprehender esa sensación de rebeldía a la que su posición no le permite entregarse.

El cielo es infinito, la noche lo es. Y el silencio… El silencio resulta atronador.

La arena arrastrada por el viento encierra promesas de un futuro no escrito.

Y corre.

No porque tema que algún guardia entregado a su labor de vigilancia lo descubra y lo arrastre de vuelta. No. Corre para sentir el viento arrullándole como un cálido abrazo, susurrando a su oído secretos prohibidos.

Respira con agitación cuando alcanza su destino. Una irrefrenable sensación de euforia suple su falta de aliento y, cuando alza el rostro, las llamas del Camino de Fuego se reflejan en sus ojos verdes como si danzaran aprisionadas en el corazón de una esmeralda.

La compulsión que lo ha espoleado hasta allí se atenúa. No sabe que ha ido a buscar, no obstante, no tiene la menor duda de que es ahí donde debe estar.

—¿No os atemoriza que Eldraugur reclame vuestra alma, alteza?

La voz del bardo armoniza con el crepitar de las llamas. Si no fuera imposible, Zarik juraría que las ve inclinarse en una suerte de reverencia.

—No tengo miedo a ningún fantasma.

No hay falsa vanidad en su afirmación. Zarik habla con la sinceridad que se atribuye a la infancia, a los necios y a los delirios del alcohol.

—¿Y a qué teméis, entonces?

Tampoco hay burla en las palabras del cantor, solo una respetuosa curiosidad.

—Los muertos dejan su impronta para que les recordemos y aprendamos de ellos. A quien temo es a los vivos. —Zarik gira la cabeza hacia las llamas, huyendo del escrutinio del bardo. El cantor parece conocer todos sus secretos y, desoyendo a la prudencia, se atreve a dar voz a los temores que hasta ahora le había avergonzado confesar—. Temo a Ántico. Nunca he conocido a nadie que haya visto al fantasma, todos hablan de oídas. Sin embargo, sí he presenciado los estragos de las hordas doradas que secuestran niños y los vuelven contra sus propias raíces.

—¿Os preocupa que os lleven con ellos?

Zarik niega con una vehemencia que le sorprende a él mismo. Cuando ningún adulto los oye, sus hermanos cuentan historias de terror sobre las atrocidades perpetradas en la capital del autoproclamado imperio. Siendo más pequeño sufría pesadillas por su causa. Aún las padece, aunque ahora son distintas.

—Me preocupa no ser capaz de proteger a mi pueblo del sufrimiento que causan. Yo no gobernaré, aun así, siempre buscaré lo mejor para ellos.

El bardo hace un gesto al príncipe para que se acerque, invitándolo a sentarse junto a él. Solo entonces Zarik se percata de que no se había puesto en pie ante su presencia, como corresponde en respeto a su rango. De algún modo, ese simple gesto le resulta reconfortante.

Cuando se sienta a su lado el contador de historias se inclina hacia él con gesto cómplice.

—¿Queréis que os cuente un secreto?

Zarik asiente, con los ojos relucientes de expectación.

—Es Ántico quien debería temeros a vos.

El príncipe hace amago de levantarse, creyendo que el poeta se burla de él.

—Esperad —le retiene el bardo. No hay asomo de mofa en su sentencia, al contrario, está revestida de una ligera ansiedad. Zarik vuelve a sentarse—. Algún día recordaréis mis palabras. Hasta entonces, dejad que os narre la verdadera historia de Eldraugur.

»Cuenta la tradición que Catarno y Domarna están unidas por un vínculo divino, si bien no siempre fue así.

»Para comprender nuestra historia, debemos retroceder a los orígenes de Átraro, poco tiempo después de que nuestra Gran Madre forjara, en el fragor de una tormenta, su progenie bruja. Orgullosa de sus hijos, los arropó entre permanentes tinieblas para ocultarlos de la mirada celosa de los dioses de la luz. Lluvia, viento, nubes, rayos y truenos constituyeron la amalgama de la que surgieron los linajes brujos, todos amados de la Madre y todos bendecidos con sus particulares dones. Mas, para la historia que nos ocupa, limitaremos nuestra atención al viento y a los rayos. Viento y rayos que generaron las estirpes que moran en Domarna y Catarno.

»En aquel entonces, la relación entre ambas terras no difería de la que pudieran establecer con otros territorios brujos. Más allá de que su cercanía propiciaba acuerdos comerciales, cada rey gobernaba su pueblo ajeno a las decisiones de sus vecinos.

—Madre dice que Catarno y Domarna, incluso en los períodos en los que no estuvieron unidas por matrimonios, siempre fueron tierras hermanadas por designio divino —interrumpe el príncipe, con el aire de quién recita una lección bien aprendida—. El Camino de Fuego que une nuestras terras muestra la voluntad de los dioses.

El bardo sonríe, como si hubiera anticipado la réplica del niño.

—Ah, pero debéis saber, alteza, que el Camino no siempre estuvo ahí. Como tampoco lo estuvo el río Erlos que lo acompaña.

—¡Eso no tiene sentido!

—¿Os habéis cuestionado alguna vez por qué durante once jornadas la nieve asola Átraro?

—Es el invierno, ¿qué hay que cuestionarse?

—¿No os parece extraña una alteración del tiempo tan breve?

Zarik se encoge de hombros, sin comprender adónde quiere ir a parar el trovador. El invierno es el invierno, no tiene nada de peculiar. Son noches para permanecer en casa al abrigo del fuego. Una tregua en el calor sofocante del resto del año.

—La repetición reviste de cotidianeidad lo extraordinario —murmura el poeta para sí con un deje de nostalgia, antes de retomar su historia.

El príncipe asiente, sin entender en realidad a qué se refiere el narrador.

—¿Qué tiene que ver el invierno con Eldraugur?

—Permitidme que os cuente la historia a mi ritmo, alteza. Ya llegaremos a eso —responde el bardo, recuperando el hilo de la narración—. En aquellos tiempos, el rey de Catarno gobernaba su terra con puño férreo. Era un ególatra autocomplaciente que asfixiaba a su pueblo con impuestos a fin de costear sus extravagancias. Y, como les ocurre a todos los tiranos, tensó tanto la cuerda de su opresión que terminó por provocar que alguien se alzara contra él.

—No siempre es posible alzarse contra los tiranos —niega el niño, a quien una gesta similar se le antoja demasiado grande. No se imagina enfrentándose a su madre. Claro que su madre no es ninguna tirana, se apresura a corregirse. Tampoco imagina a nadie enfrentándose a Doroyan, por más que Nark alardee de que algún día liberará a Átraro de su lacra.

—Con el tiempo comprobaréis que lo es, alteza, solo es necesario esperar el momento oportuno… Y a la persona oportuna.

—¿Y el rey de Catarno se enfrentó a alguien así? —Pensar en tiranos del pasado resulta mucho menos inquietante que pensar en los del presente.

—¡Vaya si lo hizo! Nadie osaba oponerse a sus despóticos caprichos hasta que, de improviso, las caravanas comerciales que portaban riquezas procedentes de otras terras comenzaron a sufrir pequeños atracos.

»Al principio pasaron por ataques aislados. Bien sabéis que ningún comerciante está del todo a salvo de las bandas de indeseables que prefieren adueñarse del trabajo y esfuerzo de los demás. Sin embargo, los asaltos se volvieron cada vez más audaces y pronto quedó claro que obedecían a una estrategia bien orquestada.

»Las pérdidas para la Corona aumentaron de manera significativa. También los nobles fueron víctimas de robos frecuentes y las reclamaciones al soberano exigiéndole que garantizara la seguridad de los caminos se volvieron incontables.

»Cuando los productos sustraídos comenzaron a llegar al pueblo en forma de misteriosas donaciones, la frustración del rey derivó en furia. Mandó peinar la ciudad, junto a los bosques que la circundaban. Ordenó registrar las caravanas, organizó emboscadas… Todos sus esfuerzos resultaron infructuosos. El responsable se burlaba de los guardias. Aparecía y desaparecía como un fantasma. Sus asaltos eran tan rápidos y eficientes que nadie lograba identificarle. Sólo sabían que se trataba de alguien especialmente dotado en el manejo del fuego. Hasta tal punto era habilidoso que el pueblo llano comenzó a referirse a él con el sobrenombre de El-Draug, que en lenguaje antiguo significa…

—El dragón —completa el niño.

—Así es, veo que obtenéis buen provecho de vuestras lecciones. Con todo, como supondréis, su auténtica identidad era otra.

El juglar fuerza una pausa dramática, como acostumbra a hacer para generar expectación.

—¿Y cuál era? —pregunta el príncipe, con los ojos brillantes de curiosidad.

Una sonrisa taimada asoma a los labios del cuentacuentos.

—El consejero y primo del rey, Víkram Noleon.

—¿Noleon? —El asombro suena como un gruñido en la voz del príncipe.

—Aunque no siempre hayáis ostentado el gobierno de Catarno vuestra estirpe es antigua, alteza. Mucho más de lo que guardan memoria los escritos.

—¡La Vakko solo tiene quinientos años! —exclama el príncipe. Le produce una absurda sensación de orgullo descubrir que su familia se remonta aún más atrás.

El poeta sonríe ante la espontaneidad del chiquillo que, al darse cuenta, recupera la compostura.

—En cualquier caso, estoy seguro de que el apellido varía según a quién le contéis la historia.

Una risa franca rompe la quietud de la noche. El bardo guiña un ojo al príncipe, admirándolo con orgullo.

—Sois astuto, alteza, pero os aseguro que en esta ocasión todo es verdad.

—¿Y por qué siendo cercano al rey actuaba en su contra? Eso lo convierte en un traidor.

El bardo se pierde en la contemplación del Camino. La danza de sus llamas parece desvelarle secretos futuros que pintan su rostro con una expresión de desconcierto.

Cuando devuelve su atención al príncipe lo observa como si lo viera por primera vez.

—Cuando la lealtad a vuestra terra y a vuestros principios entran en conflicto, la traición es inevitable.

—Si tus principios son cuidar de tu terra no habrá conflicto posible —insiste el niño.

Un suspiro de nostalgia escapa de la boca del juglar, quizás añorando la inocencia de la infancia que permite creer en la bondad de los gobernantes.

—La traición no puede ser juzgada por sus actos, alteza, sino por sus motivaciones. Dentro de muchos años, espero que recordéis este momento y halléis consuelo en mis palabras. Por ahora, volvamos a nuestra historia, si os place.

»A pesar de los esfuerzos del rey, El-Draug evadía todos los intentos por capturarle. En las tabernas se narraban sus hazañas y se escanciaban bebidas en su honor. Los rumores sobre su identidad, siempre equivocados, circulaban de boca en boca acrecentando su leyenda y el Fantasma, envalentonado por su creciente fama, se volvió cada vez más osado.

»El ego juega malas pasadas cuando la imagen que dibuja consume a la real. Cuando el deseo de grandeza acalla a la prudencia, los errores son inevitables.

»Incluso con su notable manejo de la brujería, Víkram no podía controlar por sí solo todas las rutas comerciales que accedían a Catarno. Además, debía repartir su ocupación como fantasma con su asistencia a los eventos de la corte, a fin de que sus ausencias no atrajeran una atención indeseada sobre su persona. Ante la imposibilidad de estar en todas partes al mismo tiempo, El-Draug reunió a un pequeño grupo de colaboradores para que actuaran en su nombre. Solo uno de ellos conocía su verdadera identidad: una bruja llamada Norea, a la que había rescatado de los arrabales de Catarno y que había crecido bajo su tutela. Ella actuaba como enlace para preservar el anonimato del Fantasma, pero los secretos, alteza, haréis bien en recordarlo, dejan de serlo cuando son compartidos por más de una persona.

»El rey reclamaba cada vez más la presencia de su primo en los consejos y, ante la incompetencia de su guardia, le encargó personalmente encontrar y detener al forajido, con la amenaza de ser destituido si no le entregaba al culpable en el plazo de dos lunas. A Víkram no le habría importado perder su cargo de no ser porque la cercanía con el monarca le proporcionaba información privilegiada, tanto para planificar sus asaltos como para eludir a sus perseguidores. Inquieto ante la posibilidad de perder sus fuentes, ideó un golpe que le procuraría vastos beneficios, a fin de poder subsistir hasta reorganizarse.

»La ocasión se presentó con la visita de la familia real de Domarna. El rey buscaba estrechar lazos con la terra vecina, en la idea de fortalecer su posición ante el auge de los vampiros de Kaulas, y nada unía mejor a dos terras que un enlace matrimonial.

»No olvidéis, alteza, que en la época que nos atañe ni el río Erlos ni el Camino de Fuego conectaban ambas fortalezas. El viaje desde Domarna discurría por un sendero que atravesaba un frondoso bosque, un entorno ideal para planificar emboscadas. La comitiva domarnesa lo sabía, por supuesto, y una cuantiosa representación de la guardia acompañó a sus gobernantes, a la que se uniría la delegación catarnesa cuando se aproximaran al castillo.

—¿Y por qué no utilizaron un portal? —Es algo tan obvio que Zarik sospecha que la historia del trovador es pura invención. Es cierto que la mayoría de ciudades poseen salvaguardas que impiden abrir portales dentro de sus dominios, aun así, siempre es posible abrirlos en las inmediaciones, acortando de manera considerable el camino a recorrer.

—Aunque la habilidad para usar la brujería es innata en los brujos, lo que se puede hacer con ella es fruto de siglos de práctica y experimentación. En aquellos tiempos remotos aún no se había descubierto la técnica para crear portales, alteza.

El príncipe frunce el ceño, no demasiado convencido por la explicación. Decide que interrogará sobre ello a su preceptor en la primera oportunidad que se presente. Si lo que dice el bardo es cierto, significa que él podría desarrollar también nuevos usos para la brujería hasta el momento desconocidos.

El narrador retoma su historia, ajeno a las elucubraciones del niño.

—El-Draug había ideado el modo de separar el carruaje real de su escolta. Una vistosa puesta en escena que hizo creer a los guardias que realmente estaban bajo el asedio de espíritus del inframundo. Mientras sus colaboradores incapacitaban a los soldados, Víkram fijó su atención en la carroza que transportaba al rey y a su hija. El cochero había detenido su avance ante las llamas que bloqueaban el sendero, una inmensa muralla de fuego fruto de la brujería del dragón. Anticipando las inmensas riquezas que sin duda acompañaban a la familia real, Víkram se aproximó a la carroza.

»Solo sus ojos eran visibles bajo la capucha y el embozo que ocultaban su rostro. Brillaban con el reflejo de las llamas que le rodeaban, confiriéndole un aspecto temible. Un verdadero demonio expulsado de Trásaro.

»Abrió la portezuela, esperando encontrar a la familia real atemorizada ante el ataque, y lo que recibió, en cambio, fue una contundente patada que lo hizo caer al suelo sobre su espalda.

»Se resintió del golpe, que lo había tomado desprevenido y, antes de que pudiera ponerse en pie, un revoltijo de seda blanca colocó un pie cubierto de un blando mocasín sobre su pecho. En su aturdimiento, Víkram solo pudo pensar en lo inapropiado del calzado, que se tiznaría con el polvo y la ceniza del camino. Parecía imposible que un pie tan pequeño y delicado le hubiera propinado un golpe capaz de tumbarlo.

»La joven empujó con el pie. Víkram estaba seguro de que no le costaría alzarse e invertir sus papeles, aun así, se mantuvo inmóvil. Buscó el rostro de la chica y, cuando sus miradas se cruzaron, olvidó la precaria situación en la que se encontraba e incluso su propio nombre.

»No fue la belleza de la dama lo que le hipnotizó, de hecho, aunque tenía un rostro simpático, ovalado y cubierto de pecas, no era particularmente agraciada. No. Fueron sus ojos. Lucía en ellos una determinación capaz de arrodillar ejércitos. Descubrió arrojo, fuerza, picardía… Se vio reflejado en el fuego que ardía en la profundidad de sus iris color miel.

—¡No me digáis que se trata de una historia de amor! —El gesto de asco del príncipe está a punto de arrancar una carcajada en el trovador.

—El amor siempre está presente, de un modo u otro.

—Prefiero las historias de aventuras —insiste el niño.

—¡Ah, algún día descubriréis las grandes aventuras que se viven por amor!

—Yo nunca me dejaré arrastrar por algo tan banal. Me debo a mi pueblo.

—¿Y qué es esa lealtad a vuestra terra sino un tipo de amor? No hay nada malo en dejarse arrastrar por el amor, alteza, el problema surge cuando se aman cosas incompatibles entre sí.

—¿Qué ocurrió a continuación? —Aun con su rechazo a la perspectiva romántica que se adivina, el príncipe siente curiosidad por esa desconocida versión de la leyenda del Fantasma.

—Aprovechado el aturdimiento de El-Draug, la joven princesa corrió hacia el pescante del carruaje, empujó al asustado cochero y se hizo con las riendas. Antes de partir, se giró una última vez hacia el Fantasma y le arrojó una moneda de cobre. Una pequeña pieza sin apenas valor. «Esto es cuanto obtendréis de mí», se burló. Acto seguido, chasqueó las riendas y ante el absoluto pavor del sirviente atravesó la muralla de fuego en una temeraria carrera.

»La delegación domarnesa se apuntó el tanto de haber plantado cara y vencido a un asalto del Fantasma. Los soldados fanfarronearon de ello en los cuarteles, obviando oportunamente que el mérito exclusivo de su éxito se lo debían a su princesa. En las tabernas, la derrota del Fantasma corría de boca en boca con la misma esplendidez con la que se escanciaba el alcohol.

»Nadie, salvo los domarneses, estaba contento con el incidente. El rey catarnés acusó de incompetencia a sus soldados, que se sintieron humillados por la victoria de sus vecinos allí donde ellos habían fracasado en tantas ocasiones. El pueblo temía que su héroe estuviera perdiendo facultades, puesto que no habían visto nuevos ataques, y los propios compañeros del dragón se preguntaban qué había salido mal.

»Solo dos personas permanecieron ajenas al revuelo causado: la princesa Amara de Domarna y el propio Víkram.

»Tras su accidentado primer encuentro, los pasos de los jóvenes volvieron a cruzarse en la recepción de bienvenida del rey. Al ser presentados formalmente ambos tuvieron claro que se habían reconocido. Un único intercambio de miradas, no hizo falta más. Fingieron los saludos de cortesía y, acabada la cena, se buscaron como las piedras imantadas atraen a las esquirlas de hierro en la fragua de un herrero. Ni el más elaborado de los rayos del dios Akhan liberaría tanta energía como la que circuló entre sus dedos cuando sus yemas se rozaron.

»Durante los días que duró la visita, apuraron cada instante libre de obligaciones para pasarlo en compañía, descubriéndose en cada pequeño detalle, fingiendo que el tiempo que le robaban al mundo no les sería reclamado con creces.

»Por suerte o por desgracia todo llega a su fin y, terminada la visita oficial, Amara regresó a Domarna junto a la mayor parte de la delegación. Los soldados de su padre se vanagloriaron de haber disfrutado de un viaje sin sobresaltos; entre codazos y chanzas presumían de cómo su valor había atemorizado al Fantasma. A duras penas contuvo la princesa su indignación ante esas fanfarronadas, pues bien sabía ella que la preocupación por su seguridad era la única causa del silencio de El-Draug.

»La separación no hizo mella en el vínculo forjado por los amantes, al contrario, alimentó el fuego de su pasión como el fuelle aviva las llamas del hogar.

»Sois joven aún, alteza, pero algún día descubriréis que la ausencia del ser amado solo es heraldo del olvido cuando se confunde el amor con un capricho. Si el vínculo forjado es profundo y honesto no importará que la distancia apague el fuego, siempre quedarán rescoldos a la espera de la chispa que los prenda.

»A fin de acortar esa separación, El-Draug amplió la zona en la que llevaba a cabo sus ataques, extendiéndola por todo el camino que separaba los castillos de ambas terras. De ese modo, sus andanzas le conducían a menudo a los confines de Domarna, ocasiones que aprovechaba para encontrarse con su amada.

»Los encuentros clandestinos crean la ilusión de vivir en un mundo diseñado a la medida, ajeno a obligaciones y deberes e inmune a la influencia de cuanto le rodea. Una fantasía quebradiza e inestable, sustentada en el compromiso tácito de cerrar los ojos a la realidad.

El bardo, que ha unido sus palmas mientras narra la historia, las separa con delicadeza, creando entre ellas una burbuja en cuyo interior se abrazan dos figuras para las que el tiempo parece haberse detenido. A su alrededor, un caos de imágenes imprecisas danza a una velocidad frenética.

—No importa cuánto nos esforcemos en mantener la ficción, tarde o temprano siempre se da de bruces contra algo que la hace estallar.

Con una brusca palmada, el trovador aplasta la ilusión. Los restos de la burbuja se diseminan en una miríada de puntitos de luz arrastrados por el viento.

El príncipe, que ha estado contemplando el espejismo embelesado, da un respingo.

—La quimera vivida por Víkram y Amara gozó apenas de un mes de tregua antes de que el mundo los zarandeara sin piedad, arrollando sus ilusiones.

»Existe una fuerza opuesta al amor, implacable y oscura porque procede de pervertir el origen de unos sentimientos puros.

—¿El odio? —aventura el príncipe.

—Peor aún… El desamor. No subestiméis nunca los estragos que puede provocar un corazón roto… Ni la facilidad con la que se confunde la idolatría con el amor. Eso fue lo que condujo a Víkram al desastre.

»Para intercambiar mensajes con su dama y organizar sus citas clandestinas, el Fantasma recurrió a la ayuda de la única persona que conocía sus secretos: su protegida, Norea. Confiaba plenamente en ella y, aunque la chica en alguna ocasión le había insinuado sus sentimientos, Víkram nunca los tomó en serio, considerándolos un capricho infantil y pasajero.

»Al inicio, la chica accedió entusiasmada a convertirse en el correo entre ambos nobles, convencida de que en las notas que transmitía se fraguaba alguna conspiración política. Al fin y al cabo, Víkram, como primo del rey, formaba parte de la línea de sucesión, y la princesa era la heredera de Domarna. Una alianza con la terra vecina podría alentar a su protector a dar el ansiado paso para deponer del trono al tirano de Catarno. Sin embargo, pronto se percató de que los encuentros entre ambos obedecían a un carácter más íntimo.

»El frágil equilibrio entre la lealtad hacia su mentor y el profundo rechazo que le provocaba su interés por Amara se puso a prueba con la oficialización del compromiso entre la princesa y el rey de Catarno. Lo que a priori le pareció la solución a sus problemas no hizo más que agravarlos cuando ambos jóvenes decidieron fugarse juntos.

»Cegada por los celos, Norea delató a los amantes ante el soberano domarnés, procurándole como prueba la nota en la que el Fantasma citaba a Amara para emprender su huida. Una nota que nunca llegó a manos de la princesa, a quien su padre envió a Catarno en secreto en cuanto tuvo noticia de sus intenciones.

»Un par de noches después, cuando Víkram acudió a la cita que debía rubricar el comienzo de una nueva vida junto a su amada, se encontró frente a un batallón de soldados domarneses.

—¿Lo mataron? —interrumpe el príncipe, anticipando un funesto desenlace.

—No. A pesar de tenerlo todo en contra, El-Draug hizo honor a su merecida fama defendiéndose con una ferocidad digna del ser al que debía su sobrenombre. Puso en liza su habilidad tanto con la espada como con su manejo del fuego pero, aunque vendió cara su derrota, la superioridad numérica de los soldados terminó por imponerse y fue apresado.

»El viento domarnés derribó el castillo de naipes sobre el que habían planeado su futuro y el Fantasma, desvelada ya su identidad, dio con sus huesos en una celda donde aguardar su sentencia.

»Pocas dudas albergaba Víkram sobre su destino, que asumió con la serena resignación de quién considera justa su causa. Su única inquietud era la incertidumbre de haber arrastrado a Amara en su desgracia. En la lóbrega soledad de su encierro, donde las horas jugaban a dilatarse como días, el temor por lo que pudiera ocurrirle a la princesa amenazaba su cordura.

»Mientras tanto, la noticia de su captura había llegado a Catarno, junto con el ofrecimiento del rey de Domarna de entregarlo como presente de boda. Nada mejor para sellar el enlace entre ambas terras que colaborar en eliminar a quien había alterado la seguridad de los caminos que las unían.

»La satisfacción del tirano de Catarno por la captura del Fantasma se vio empañada al conocer su identidad. Ofuscado por la deleznable traición de su primo, decidió dar ejemplo con él, decretando su ejecución pública durante su ceremonia de unión con Amara.

»Y aquí, alteza, es cuando la historia se funde con la leyenda…

—¿Qué ocurrió? —exige el príncipe—. Víkram logró escapar, ¿no? ¿Se reunió con Amara?

La posibilidad de que sea un antepasado suyo le ha granjeado la simpatía del niño.

El bardo esboza una sonrisa traviesa.

—Creí que no os gustaban las historias de amor…

—¡Y no me gustan! —se apresura a confirmar Zarik—. Ya veis que solo causan problemas.

—¡Ni os imagináis cuántos! —El juglar solo puede reír ante la espontaneidad del niño—. A pesar de todo, descubriréis que merece la pena. —Su expresión se ensombrece, como si de pronto se hubiera perdido en un recuerdo doloroso—. Incluso si fuera un solo instante, merecería la pena.

Con un hondo suspiro, parpadea con rapidez y mira al niño con tristeza antes de retomar su relato.

—Los preparativos para las nupcias comenzaron de inmediato y el patio de armas se engalanó de fiesta con la misma premura con la que se levantó el cadalso. El rey ansiaba mostrar ante su pueblo su justicia implacable, como escarmiento y advertencia para futuros alborotadores. Impaciente como estaba, se fijó la fecha del enlace, y por tanto de la ejecución, para el mismo día en el que la comitiva de Domarna cruzara sus puertas.

»El padre de Amara había ocultado a su par catarnés la relación de su hija con Víkram, temeroso de que si llegara a saberlo anulase el compromiso y, en consecuencia, la alianza entre sus reinos. De este modo, y ajeno al daño que causaba, fue el propio monarca de Catarno quien informó a su prometida del peculiar regalo de bodas con el que homenajearían la unión entre sus terras.

»Amara sintió como su corazón se helaba al oír la noticia. Se disculpó con su futuro esposo y, alegando sentirse indispuesta por tantas emociones, corrió a encerrarse en su habitación.

»Selló las puertas de su alcoba mediante un conjuro y se asomó al balcón, oteando el lejano horizonte tras el que se encontraba su terra natal. Cubrir la distancia que separaba las dos fortalezas requería de varias jornadas de viaje, a las que habría de sumar la demora por los preparativos que siempre acompañaban a los desplazamientos del rey. Aun así, el temor de ver aparecer al cortejo de su padre paralizó cualquier atisbo de raciocinio.

»Un único pensamiento martirizaba su mente con la persistencia de una letanía: Víkram moriría al pisar Catarno, por tanto, era vital impedir su llegada.

»Sola en tierra extraña, sintió que hasta sus dioses la habían abandonado al permitir la condena del amor puro que se profesaban. Y así, sumida en la desesperación, entregó su alma a la mayor de las herejías, elevando su plegaria de auxilio a los dioses de la luz.

—¡Ningún domarnés renegaría así de nuestros dioses!

—El día que la vida de vuestros seres queridos se vea amenazada, alteza, os aseguro que renegaréis hasta de vuestro propio nombre.

El niño hace un mohín, en absoluto convencido por la seguridad del bardo.

—Continuad, por favor —le pide.

—Durante horas, Amara suplicó a unas divinidades que nos son extrañas, hasta que las palabras perdieron sentido y el paso del tiempo se convirtió en el enemigo a batir.

»Y las codiciosas deidades de la luz, que anhelaban extender sus dominios a las tierras que la Gran Madre les había negado, aprovecharon el umbral abierto por el dolor de la princesa para depositar su impronta en Átraro.

»Desde los Mares Oscuros se alzó un viento helado. Una ventisca sin precedentes que arrancó las lágrimas de las mejillas de Amara, extendiéndolas desde la balconada en una lluvia de esquirlas de hielo.

—¿El viento de Cyntamani? —adivina el príncipe.

El bardo cabecea satisfecho.

—El mar bramó, azotado por la euforia de los dioses al rozar suelo prohibido, y el llanto de la princesa, que permanecía ajena a la furia desatada a su alrededor, multiplicó sus lágrimas hasta colmar la grieta que el paso de los dioses abrió entre nuestras terras, dando lugar al nacimiento del río Erlos.

»El frío que atenazaba el corazón de Amara se nutrió de su magia, consumiendo cada gota de su poder. El manto blanco que cubrió Átraro sembró el terror en el ánimo de sus habitantes, que nunca antes habían contemplado la nieve. Hasta el más humilde de los senderos se volvió impracticable y los pocos que se atrevieron a adentrarse en los caminos pronto desistieron de su osadía.

»Desde el último rincón de Átraro se intercambiaron las mismas inquietantes noticias. Una maldición blanca y helada asolaba al Imperio de la Noche sumiéndolo en un caos absoluto. Muchas fueron las vidas que se perdieron en aquel temporal insólito e imprevisto —una expresión de genuino dolor cruza el rostro del bardo—, pero el corazón de Amara, endurecido como el hielo que había extendido por cada terra, permaneció inconmovible a cada pérdida. Solo una vida le importaba… incluso sobre su propia seguridad.

El trovador calla.

Deja vagar su mirada más allá del muro de fuego que los acompaña, en dirección al río Erlos. Zarik finge no percatarse de la humedad que empaña sus ojos.

—Once veces cruzó la luna la bóveda celeste mientras Amara mantenía el hechizo. Once…

»Al cenit de la doceava jornada la princesa agotó su poder. Con el exhalar de su último aliento el calor que abandonaba su cuerpo regresó a la tierra, fundiendo la nieve y devolviendo a Átraro a la normalidad.

»Apenas volvieron a ser transitables los caminos, la delegación domarnesa emprendió el viaje hasta Catarno. Encerrado en el sótano donde se ubicaba su celda, Víkram no había tenido conocimiento del extraño fenómeno que había retrasado su partida y, cuando por fin lo sacaron al exterior, su desconcierto fue mayúsculo. A través de los barrotes de la carreta donde lo trasladaban contempló estupefacto el nuevo río, cuyos márgenes bordearon en dirección a la terra vecina.

»Aunque nadie le ofreció una explicación de lo ocurrido, no tardó en formarse una idea del mal que había asolado Átraro gracias a los chismorreos de los soldados. Y así fue a saber, también, la mala nueva del fallecimiento de la princesa, a la que ya comenzaban a considerar maldita por los dioses.

»El dolor por la muerte de su amada nubló su razón y, de no ser por las cadenas que lo sujetaban y le impedían recurrir a su brujería, habría desatado su ira sobre cuantos le rodeaban.

»Mientras tanto los dioses de la luz, henchidos de poder tras su victoria sobre la Madre, buscaban un nuevo intermediario a través del cual seguir dejando su impronta en Átraro, una vez consumido el poder de Amara.

»Hasta ellos llegó el clamor de Víkram, una furia sorda que clamaba venganza, dispuesta a cualquier sacrificio por conseguirla. Ante él se presentaron haciendo alarde de su divinidad y fingiéndose conmovidos por su dolor. Con palabras zalameras, le relataron el generoso sacrificio de la princesa y le hicieron una oferta: si él les entregaba su poder sobre el fuego los dioses les permitirían estar juntos durante toda la eternidad, liberando a Amara de la condena por la maldición que había desatado sobre Átraro.

—¡Pero los responsables fueron ellos! —se indigna el niño.

—En el juego de los dioses, mi señor, sus criaturas no somos más que piezas sin valor sujetas a sus caprichos.

Una desoladora resignación tiñe las palabras del poeta.

—¿Aceptó? —quiere saber el niño—. ¿Víkram no sospechó alguna intención oculta en una propuesta tan ladina?

—¡Oh, claro que sospechó! Pero, mi joven príncipe, os aseguro que por la posibilidad de devolver la felicidad al ser amado entregaréis gustoso vuestra alma… Y aún os resultará una ofrenda insuficiente.

»Víkram supo desde el primer instante que no trataba con los dioses de la tormenta, no obstante, no le importó. Ni Akhan ni Nefasi habían acudido en su auxilio. Los protectores de Catarno y Domarna les habían abandonado a su suerte y, sin nada más que perder, asió la única salida que encontró. En ocasiones, alteza, situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. Haréis bien en ser consciente del precio a pagar y, si estáis dispuesto a ello, no desechéis la mano que se os tienda desde fuera del biterrado.

»Cerrado el pacto, Víkram invocó la mediación de sus nuevos dioses para llevar a cabo su venganza. Una sucesión de rayos cayó desde un cielo sin nubes, iluminando la noche y descargando su poder sobre las copas de los árboles que bordeaban la orilla del río.

»Al inicio, los soldados corrieron a refugiarse, temerosos de que un nuevo mal golpeara la tierra. Sin embargo, pronto se percataron de que los rayos solo impactaban en los árboles, sin llegar a causar daño en ellos. Envalentonados por la irrisoria amenaza, se burlaron del Fantasma y de su fracaso. Lo golpearon y lo cubrieron con más cadenas y hechizos, si bien ninguno logró poner fin a lo que quiera que estuviera haciendo.

»Durante todo el trayecto el centelleo incansable de los rayos fue un recordatorio constante del poder de El-Draug y, a pesar de que no causaban ningún daño, la inquietud se extendió por toda la comitiva.

»Cuando finalmente cruzaron los muros de Catarno, la extraña tormenta cesó y el alivio de los domarneses les permitió alardear de su gesta: Habían capturado al Fantasma y lo habían conducido hasta su ejecución.

»Víkram subió las escaleras del cadalso con una tranquilidad demoledora, ajeno a los insultos y los gritos. El pueblo, voluble y olvidadizo, le culpaba de las penurias sufridas durante la ventisca de nieve, atendiendo al rumor extendido por su primo, el rey. No le importó. Nada le importaba salvo que los dioses de la luz cumplieran con su palabra.

»El verdugo, negro heraldo de la muerte, acudió a su lado presto a ejecutar la sentencia. Cuando la hoja sesgó la vida de Víkram, su último pensamiento fue para Amara… Y el mundo estalló en llamas.

»Desde Catarno a Domarna, cada árbol desató la furia de los rayos que dormían en su interior al unísono, alumbrando la noche en un incendio como jamás antes se había visto. Un muro de fuego calcinó cuanto encontró a su paso, reclamando la tierra y las almas de los imprudentes que se cruzaron en su camino. El río Erlos fue testigo y compañero de su cólera. Lo que no arrasaron las llamas, sucumbió ante el avance de una descomunal riada.

»Fuego y agua se entremezclaron en un abrazo devastador, invadiendo las ciudades y cobrándose las vidas de cuantos se habían opuesto a su amor.

»Durante años posteriores, y hasta que la leyenda cubrió con su manto a la realidad, los supervivientes jurarían haber oído la risa de los dioses sobre el rugir atronador del caos desatado.

El bardo calla. Se pone en pie y se acerca hasta las llamas que crepitan en el Camino de Fuego. Tras el muro anaranjado se adivina la negra silueta del río, un remanso de paz en contraste con la furia de las llamaradas.

El príncipe se levanta también y camina hasta situarse a su lado. El calor tiñe de un encarnado rubor sus mejillas y le hace sudar, obligándole a hacer un esfuerzo para mantenerse firme junto al trovador.

—Ni el río ni el Camino se adentran en las ciudades —susurra. Le parece importante señalarlo, no tiene claro por qué—. ¿Qué fue de Víkram y Amara? ¿Los dioses de la luz cumplieron su promesa?

—Los dioses siempre cumplen su palabra… Aunque no como uno espera. Las deidades de la luz ligaron las almas de Víkram y Amara al fuego y al agua, mientras el río y el Camino perduren, ellos lo harán. Sin embargo, la Gran Madre tuvo que intervenir para expulsarlos de los dominios de la oscuridad y salvar a las ciudades de una completa destrucción. Hizo retroceder el fuego y el agua, con todo, no pudo o no quiso borrar la impronta dejada por los súbditos de la luz y tanto el río como el Camino de Fuego permanecieron como recordatorio del precio de pactar con los dioses. Ambos discurrirán paralelos hasta el final de los tiempos. Unidos, pero sin llegar a tocarse. Ese fue el castigo de la Madre para Víkram y Amara, una eternidad de anhelos inalcanzables. Y su advertencia para el pueblo… Once días de invierno.

—No estoy seguro de que valiera la pena… —duda el príncipe.

El trovador alarga el brazo y permite que las llamas laman su mano como si la hubiera sumergido en agua.

—Arrasaría el mundo por ella.

Zarik retrocede un par de pasos. Está seguro de que la última frase no ha sido un desliz.

Observa al falso trovador con suspicacia y empuña la daga que siempre lleva consigo sin molestarse en ocultar el gesto. Duda que pueda serle de gran ayuda contra un hombre adulto, aun así, se niega a mostrarse como un niño indefenso.

—¿Quién sois? —exige. Trata de conferir a su demanda el aplomo que Nark exhibe de un modo tan natural. Para su frustración, no puede impedir que la voz le tiemble.

—Sois inteligente, alteza, no creo que sea necesario responder a eso.

El príncipe abre desmesuradamente los ojos, atónito ante la posibilidad de encontrarse ante un antepasado suyo. Uno que ha forjado una leyenda.

—¿Qué queréis de mí? —A pesar de que el trovador… Víkram… no ha hecho más que tratarle con cortesía su madre le ha enseñado a recelar de las intenciones de cuantos le rodean. Ya ha cometido una terrible imprudencia abandonando el castillo en secreto.

—Sois vos quien habéis acudido hasta mí —replica el bardo, divertido por el azoramiento del niño.

—Y, sin embargo, me habéis atraído. —Zarik abre la palma izquierda, donde ha guardado la vieja moneda durante todo el relato del falso juglar—. De algún modo, lo habéis hecho.

Lanza la moneda al aire y Víkram la recoge al vuelo, admirándola con dulzura.

—La Madre me concedió el don de contemplar el tiempo en las llamas. El tiempo que fue, el tiempo que es y el tiempo que será. Las vidas que se irán y las vidas que llegan. Las almas predestinadas a estar juntas y aquellas condenadas a la separación. No es un don que aprecie, os lo aseguro. No soy más que un espectador, no se me permite actuar al respecto. El fuego me reclama con una dolorosa vehemencia si me alejo demasiado de él. —Víkram giña un ojo al príncipe—. Pero nada me impide contaros una historia.

—¿Debería extraer alguna enseñanza de ella? —Zarik examina al narrador, confuso.

—Una advertencia… Y, quizás, consuelo llegado el momento.

El niño asiente. Si algo ha sacado en claro es que no debería confiar en dioses extranjeros… Y que el amor solo causa problemas. No entiende qué consuelo podría obtener de ello.

—¿Por qué habéis acudido a mí? Si sois realmente mi antepasado y os inquieta el futuro que auguran las llamas os sería más útil recurrir a mis hermanos. Nark y Arin ostentarán roles más relevantes para el biterrado.

—Esta noche, alteza, ha ocurrido algo que marcará el curso de vuestro destino y el fin de nuestra estirpe.

Zarik sigue la mirada de Víkram, que se ha perdido en dirección a las almenas del castillo. Nada en él luce fuera de lo habitual. Nada altera la quietud del descanso de sus habitantes.

—No creo en los designios del destino —se rebela el niño, con poca convicción. A pesar de sus palabras no puede evitar que la inquietud haga mella en su ánimo.

Cuando se gira hacia el Camino de Fuego el bardo ha desaparecido. En su lugar solo queda la pequeña moneda, abandonada en el suelo como una ofrenda. Zarik la recoge y cierra de nuevo la mano sobre ella. Está caliente. Demasiado. Un dolor punzante anuncia una quemadura. Mañana tendrá problemas para sujetar la espada y sus preceptores le castigarán si no se muestra diligente. Le sorprende lo poco que le importa.

Emprende el camino de regreso rememorando cada palabra del bardo, cada comentario casual. Le atormenta la sensación de que hay un mensaje en ellos que no consigue aprehender.

Al cruzar las puertas del castillo la luna ya ha dado comienzo a un nuevo recorrido, robándole las horas de sueño. El alcázar se despereza con el ajetreo de los sirvientes y el olor a hogazas recién horneadas y a especias infusionadas le hace salivar.

Enfila los pasillos hacia su habitación a ritmo pausado, fingiendo que ha madrugado cuando se cruza con los soldados, algo que el cansancio en su rostro desmiente. Sabe que parte de la guardia está al tanto de las travesuras de sus hermanos, pero está ahí y está a salvo… A nadie le conviene hurgar demasiado en los motivos que le han llevado a estar levantado a una hora tan temprana.

Cuando alcanza por fin sus aposentos y cierra la puerta tras de sí un suspiro de alivio escapa de sus labios. Ha sido la primera vez que ha abandonado el castillo sin la compañía de sus hermanos y un sentimiento de euforia le embarga ante semejante hazaña.

—¡Ya era hora de que regresaras!

La voz de Arin le sobresalta. Sumido en sus pensamientos no se había percatado de que sus hermanos están sentados en su cama.

—¿Has salido de… paseo? —Hay un deje de orgullo en la voz de Nark que llena a Zarik de satisfacción.

—¿Qué hacéis aquí? —pregunta. Prefiere desviar la atención de lo que ha estado haciendo. No es inusual que los hermanos se reúnan en las habitaciones de los otros, pero es demasiado temprano para ello.

—¿No has oído la noticia? —Arin se pone en pie sobre la cama, ansioso por transmitir la primicia. Nark tira de su tobillo y lo hace caer.

—Llegó un mensaje desde Ántico hace apenas una hora —explica Nark—. Madre está que trina. No entiendo por qué, al fin y al cabo, ¿qué más da quien ocupe el puesto?

—Nark ya se imagina combatiendo con él y haciéndole morder el polvo, ¿verdad?

Zarik no entiende nada y recrimina a Arin con la mirada sus continuas interrupciones.

—El emperador Doroyan ha tenido un hijo esta noche. Un futuro general para sus legiones.

—¡Un futuro vencido por los Señores del Ocaso! —grita Arin, entre risas.

Un escalofrío recorre la espalda de Zarik. Las palabras del bardo regresan a su mente: «Esta noche, alteza, ha ocurrido algo que marcará el curso de vuestro destino y el fin de nuestra estirpe». Debe ser casualidad. Los desvaríos de un fantasma olvidado por el tiempo.

—¿Cómo se llama?

No sabe por qué, pero le parece importante saberlo.

—Resryon. Resryon Vakko.




18 visualizaciones0 comentarios
bottom of page