Es el punto de partida de la saga, el lugar en el que empieza todo. La mastodóntica construcción es un misterio en sí. Pesadas piedras de carácter longevo se apilan hasta una altura considerable dejando al otro lado un cielo de noche eterna. También sus regios portones imponen con su mera presencia. Gruesas hojas de madera con tallas y dibujos de complejo significado.
Durante el día, uno puede transitar cerca del muro sin más, aunque no demasiados se aventuren a hacerlo, pero al llegar la noche... Con la cercanía de las doce, las calles de la cosmopolita ciudad de Luzaria quedan desiertas. No hay luces que prendan al otro lado de las ventanas del hogar y la sirena del Toque de Queda advierte. A partir de ese momento y hasta las ocho de la mañana, la Ley Común es de entera aplicación. Una vieja campana metálica da la señal al otro lado. Después, el crujido de la cerradura, el gruñido lastimero de las puertas abriéndose lentamente y el oscuro camino al frente.
Aullidos, aleteos, gruñidos y todo tipo de inquietantes sonidos toman forma, convirtiéndose en sombras legitimadas para moverse a través de Luzaria. ¡Ay de aquel incauto al que sorprendan en la calle!
Nadie sabe quién alzó el muro. Todo en torno a él es un misterio. Pero es la frontera entre dos mundos diferentes, de magia distinta: el poder de los elfos, los feéricos, los humanos y las mareas, a un lado. La magia oscura de los brujos, los licántropos, los nigromantes, los demonios y los vampiros, al otro. Luz y oscuridad distinguen a uno y otro, opuestos, confrontados y sostenidos por una paz quebradiza y tensa. Y es que después de todo, tal vez no sean tan distintos y el paso del tiempo haya convertido las evidencias en secretos.