A veces la vida te da uno de esos palos que te dejan temblando. Y sacas fuerzas de flaqueza para seguir adelante. Y pasa el tiempo y cuando vislumbras esa lucecita al final del túnel, te llega otro palo demoledor. Sin querer ahondar más en ello, esto es lo que le ha pasado a una persona muy especial, uno de esos regalitos que te hacen los libros, primero en forma de lectora y, después, de algo mucho más bonito e importante, una amiga.
Todo esto nos lleva a una historia inacabada, un cuento que su compañero de vida empezó en un momento muy complicado y que, por desgracia, no pudo terminar. En una bonita forma de homenaje, Pilar pedía a sus amigos un final para ese cuento. Y aquí está mi pequeña aportación.
Sabe bien mi Eremita que los textos cortos son una especie de maldición para mí y aunque quiera resumir, no puedo, así que seguramente esta historia tenga más extensión de la que debiera. Es, también, probable que no fuera la que él habría elegido, seguramente. Pero quiero pensar que estaría de acuerdo con la moraleja final. En todo caso, espero que a Pilar le guste. Desde ya te doy las gracias por permitirme formar parte de esto y, como te he dicho, me disculpo de antemano por la extensión.
Como hoy tengo algún que otro problema para acceder a desdeelredondal.com, publico aquí mi final y, en cuanto me sea posible, lo haré también allí. Os invito a visitar, primero, el citado blog para que veáis cómo empezó él la historia.
En memoria de Indalecio Benito Romaniega.
Llegó la época de lluvias y Sapito recordó lo que había hablado con la Reina Rana. Pronto tendría que irse y, aunque no podía más que sentirse agradecido por todo cuanto las ranitas habían hecho por él, algo en su interior se entristecía al pensar en ello.
Esa noche se celebraba la fiesta de las Lluvias, y las fuertes tormentas habían hecho que el curso del río que serpenteaba desde las altas lomas hasta el valle, se desbordase, inundando los surcos de la tierra y multiplicando el número de charcas. Todo un acontecimiento para las ranitas que se repetía año tras año.
En los últimos días, la lluvia había dejado de caer y las ranitas seguían festejando mientras Sapito las contemplaba. Eran todas muy parecidas, pero él las distinguía sin problema alguno: La Pequeña Rana era algo más chica que el resto y su piel verdosa mostraba un tono algo más claro y brillante, casi cegador. La Rana Anciana solía pasar mucho tiempo inmóvil, pues era una rana muy vieja. Su saco vocal se inflaba y se desinflaba en un movimiento constante que, por momentos, se le hacía hipnótico a Sapito. Su piel era más oscura y rugosa. A veces, él la comparaba con la corteza de un árbol muy antiguo, de esos que habían visto tantas y tantas cosas a lo largo de los años. Y La Reina. No le costaba entender por qué lo era. El verde de su piel era brillante y poderoso, como si estuviese hecha de seda y, cuando hablaba, todos la escuchaban sin distraerse. Algo en su tono pausado embelesaba a las ranas y también al propio Sapito que, desde su llegada, había mantenido largas conversaciones con ella. Las echaría de menos a todas y cada una, pero Sapito entendía que ya habían hecho suficiente por él.
A pesar de eso, se sentía triste y se escabulló de la celebración buscando estar solo un rato, acercándose al río, donde el agua de la lluvia se había hundido días atrás como mil agujas punteando su superficie hasta desbordarla. Ahora que la situación se había normalizado, el agua era un lienzo más sereno, en cuya suave corriente podía distinguir su reflejo.
Sapito dio un salto, asustado y, por un momento, quedó panza arriba cuando un pez asomó de pronto entre las tranquilas aguas.
-¡Caramba, ten cuidado! -exclamó, reincorporándose-. Casi me matas del susto.
El pez movió la boca, como si tratase de decir algo, pero no lo hizo hasta que Sapito volvió a acercarse para mirarlo. Parecía muy viejo; sus desgastadas escamas escaseaban en algunas partes y las aletas se movían muy despacio, como si estuvieran cansadas.
-Tú eres el sapo impostor -murmuró finalmente.
Sapito abrió mucho los ojos.
-¿Cómo es eso de impostor?
-Llevas meses viviendo con las ranas, pero tú no eres una de ellas.
-¿Quién eres tú y qué sabes de mí? -espetó Sapito, indignado.
-Oh, solo soy una vieja carpa. Pero todo el mundo habla de ti, pequeño Sapito y de tu absurda fantasía de ser una ranita más.
-Yo no...
-Tu cuerpo es más gordo y rechoncho -lo interrumpió-. Tus extremidades son más cortas y no están tan preparadas para saltar; muchas veces prefieres caminar y... en fin, podría estar toda la noche enumerándote las diferencias.
-Pero eso no es malo. Llevo muchos meses viviendo con las ranitas, como bien apuntas, y he llegado a sentir por ellas verdadero cariño. También ellas por mí.
El pez boqueó como había hecho al principio. Parecía necesitar tomarse mucho tiempo para decir las cosas, como si tuviera que recordar cada palabra expresada y, transcurridos unos segundos, volvió a hablar:
-Pero tú eres un sapo -insistió-. Los sapos son animales solitarios. Es como... como una de esas estrellas de ahí arriba, ¿las ves?
Sapito alzó la mirada. La lluvia había amainado en los últimos días y las nubes se convertían en débiles jirones que se disipaban, mostrando un firmamento cubierto de estrellas. Puntos de luz que brillaban más que nunca.
-¡Pero si hay un montón de estrellas ahí arriba! -protestó Sapito-. Ellas viven todas juntas y...
El pez movió la cabeza, negando.
-Eso parece, ¿verdad? Igual que tú pareces una rana más, para los que te miran desde lejos, como esas estrellas. Pero la realidad es que están lejísimos unas de otras, que no tienen nada que ver. Tanto, que te resultaría imposible viajar entre ellas. A esos pequeños puntos de luz los envuelve una inmensidad gigantesca de nada a su alrededor; están solas porque... en el fondo, todos lo estamos.
Sapito fue incapaz de responder, pues sus ojos se habían quedado prendados del hermoso cielo que se extendía sobre su cabeza, reflejándose en las aguas del río.
La carpa ya no dijo nada más y volvió a sumergirse, perdiéndose su tenue imagen entre las profundidades.
Sapito se asomó al agua y contempló, de nuevo, su propio reflejo. Supuso que esa vieja carpa tenía razón. Nada tenía que ver él con las ranitas de la charca. Era más grande y rechoncho, sus patas no eran tan estilizadas como las de las ranas y mientras ellas avanzaban dando grandes saltos, él las seguía muchas veces caminando. Las diferencias se le hicieron tan evidentes aquella noche, que no sabía cómo había podido obviarlas durante tanto tiempo. Si hasta era capaz de verlas proyectadas en el agua.
Giró la cabeza, conteniendo el aire y se dio cuenta de que la Reina de las Ranitas estaba allí junto a él.
-Hola... -murmuró, saludándola con timidez.
-¿Qué estás haciendo tan lejos de la celebración, Sapito?
-La época de las lluvias ha llegado -dijo, apartando la vista de la rana.
-Sí, ¿y qué? Es justo lo que celebramos.
-Dijiste que tendría que irme cuando eso sucediera.
La Reina Rana suspiró hondamente, hinchando mucho su saco vocal.
-Eso dije, pero... La verdad es que te hemos tomado mucho cariño durante estos meses y estábamos esperando esta fiesta para pedirte... que te quedes con nosotras.
Sapito se giró y se dio cuenta de que todas las ranas de la charca estaban allí, expectantes.
-¿Queréis que me quede con vosotras? ¿De verdad?
La Reina asintió, sonriendo.
-Pero... yo soy un sapo, muy diferente a vosotras a pesar de todo y... Soy como una de esas estrellas -añadió, evocando el discurso de la vieja carpa-. Aunque pensemos que están juntas, realmente viven muy lejos unas de otras y puede que no tengan nada que ver entre ellas.
La Reina entrecerró los ojos sin perder la sonrisa.
-¿Sabes lo que es una constelación, Sapito? -inquirió.
-¿Una constelación? -preguntó él, sorprendido-. No sé lo que es eso.
-Pues se trata de un conjunto de estrellas que forman un dibujo en el cielo. Puede que estén muy lejos unas de otras y que las envuelva una inmensidad de vacío, pero se alían entre ellas, aunque no tengan nada que ver en tamaño o naturaleza, y conforman constelaciones. Si faltase una de esas estrellas no podrían existir esos dibujos. Por muy lejos que puedan estar y muy distintas que puedan ser, todas hacen falta.
Sapito devolvió la vista al cielo y las ranitas se acercaron a él.
-A una de esas constelaciones se la conoce en algunas culturas humanas como Hanp'atu, El sapo -le explicó la Rana Anciana.
-Y a una de esas estrellas -añadió la Pequeña Rana- se la conoce con nuestro nombre: 'la rana'.
-Ya ves que hay espacio para ranas y sapos en el cielo -concluyó la Reina-. También en la tierra... y en la charca, si así lo deseas.
-¿Por muy diferentes que seamos?
-Por muy diferentes que seamos, Sapito. Si hasta la luna, que es grande y redonda y tan distinta, tiene su lugar mágico en ese hermoso firmamento. Todas proyectan su luz y no importa lo lejos que estén. Forman y siempre formarán parte de una misma constelación.
-Hasta las estrellas que ya se han apagado, siguen brillando en la inmensidad del cielo, ¿sabes? -añadió la Rana Anciana-. Seguimos captando su luz muchos años después de su extinción.
Sapito se sintió muy feliz al escuchar a las ranitas y no se lo pensó dos veces para aceptar el ofrecimiento que le hacían y regresar a la celebración para festejarlo por todo lo alto.
-Y hazme un último favor, Sapito -le pidió la reina, de camino a la charca-. No escuches más a la vieja carpa. Cada año hay que explicarle lo mismo y siempre se le olvida. Los peces tienen una memoria muy corta.
“Las ranas (y las personas), como las estrellas, formamos constelaciones que cobran sentido porque, aunque nos separe un espacio infinito, seguimos brillando juntas. Incluso cuando algunas se han apagado, seguimos sintiendo su luz”.
A Inda le habría encantado esta versión, esta continuación y final. No me cabe ninguna duda. Gracias mi Jess. Y gracias por ser mi amiga.