No tardo en verla al otro lado de los cristales. Se mueve con paso cadencioso, de una ventana a otra. El suelo cruje bajo mis pies mientras me acerco, desafiando a la sensación que me embarga cuando la enfrento. Cada día a la misma hora, repito la misma vivencia. A veces me cuesta aguantar su mirada, pero me obligo a recordar que no es real, que ya no existe en este mundo, que no puede hacerme daño. Ahora soy un fantasma y los malos recuerdos se marcharon con ella fuera de la casa.
Imagen: tama66 (Pixabay)
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