La noche se ha conjurado sin estrellas, doblegándose ante la tiniebla, consorte de un fuego vivo que se sacude, vigoroso, en el centro del claro. Danza en un baile furioso al compás de la letanía que emerge desde las gargantas que lo flanquean. Noche de aquelarre y conjura. Las brujas alzan las manos y saltan en torno a una llama de oro y rubíes, inventando sombras entre los negros troncos. Se arremolina el viento en la llama y el ritual se detiene. Los ojos brillan y las sonrisas se contienen, fascinadas, cuando la lengua de fuego se impulsa en un vuelo feroz que despliega las alas del Ave Fénix. Y en la bóveda azabache, su estela se pierde engullida por las fauces del cielo.
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