Las hojas secas son lluvia en un claro de bronce. Se desprenden de las ramas, desnudando la esencia juguetona de las tardes de verano, y pronto vestirán el suelo con una alfombra de ocre. El frío abrazará los troncos y el alma del bosque alegre caerá en un letargo sereno; su risa es ahora un eco de nostalgia por la calidez viajera que, furtiva, se escapa.
Los rayos del sol de fuego se adhirieron a su piel de corteza y tierra en esas jornadas más largas. Ahora recortan tiempo y le arrancan luz al cielo para prender los luceros de la noche temprana. Y, arrullada por el canto de las aves que se recogen, dormita soñando en la calor de mañana
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