El árbol milenario llora al ocaso. Su tronco retorcido eleva una queja al cielo indolente. Y como siempre, nada sucederá. Sus súplicas a dioses abstraídos se perderán en el viento que azota la frágil estructura del puente colgante. Las hadas contienen su pena, mientras las palmas de sus manos huecas recogen sus últimas gotas, lágrimas que después serán cristal. La suave madera del árbol triste reforzará la del puente, camino a la morada de los elfos, y en el claro nacerá otro más. Una vida por otra. La voz del bosque solicita que la balanza siga en equilibrio.
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