Atrás quedaba la luz. Al frente, una lengua de roca hacia la tiniebla. Dudaba, temblaba. Los cristales de roja sangre evocaban heridas que ya no dolían tatuadas aún sobre su piel, la historia de una vida escrita con tinta y la pluma de un ave fantástica, como siempre la había imaginado. Avanzó y el temor se disipó. La hermosa puerta de plata era el anuncio a una paz merecida. Y dolorosa. Allí dormiría para siempre, allí aletargaría aquel sueño por el que ya no quiso luchar, un lugar de abandono, renuncia y final. Allí también ella moriría un poco.
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