Sus dedos se deslizaban tímidamente sobre las teclas de aquel viejo piano que algún día había sabido acariciar con delicioso gusto, liberando melodías que arañaban sentimientos en los oídos y también en los corazones. Felicidad, tristeza... Por momentos, se había sentido un dios, aunque ahora había olvidado todas sus canciones. El precio por la vida eterna habían sido sus recuerdos; un pago justo, seguramente. Volver a empezar exigiría trabajar muy duro, pero tenía tiempo de sobra.
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