Clava las rodillas en el suelo, frente al lago y de entre sus manos se escurre el espejo, cuyo cristal se quiebra en mil pedazos, una visión aterradora de su propia alma. Así la siente: rota. Irreparable. Quebrada. Ha llegado al Templo de la Luna, buscando su verdad en un reflejo, como cuentan las viejas leyendas, y no ha podido hallarlo. Ante los brillantes vidrios solo atisba su propia caída, su propio final. Pero las aguas del lago le revelan aquello que buscaba: lo que en un espejo cae, al otro lado se alza. Así son los reflejos.
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