Las aguas están tan calmas que parecen casi un espejo, un trozo de universo en el lienzo recortado de un dios. Reclamamos a la fortuna que nos flanquease, alejando viento, tempestades y cualquier otra vicisitud. Y como un escarnio, tal vez necesario, nos dejó clavados en mitad de esta nada, donde ahora la llamo una y otra vez. Atestiguando amaneceres y ocasos, soy alumno aventajado que repite la lección: rara vez a un puerto que merezca la pena se llega sin capear tormenta.
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