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Lo que Cuentan los Ojos

Marrones, al entrar, visualizan un local atestado de gente, donde el humo de los cigarrillos eleva una neblina que oculta confesiones aletargadas en la garganta. También en el corazón y en la cabeza y en las entrañas. El ronroneo de las conversaciones distendidas las disfrazan, pero basta con que sean observadores para entender el juego porque hay voces más elocuentes que la misma voz.


Azules, desde la mesa del fondo, buscan continuamente a verdes, que los esquivan, cuidadosos, ante lo que pueda desencadenarse si negros si se percatan. Estos llevan rato enrojecidos, acompañando a verborrea y vino; improbable que reparen en algo que no aluda a su propio ego, pero verdes prefieren prudencia. Buscan algo con que engañar su atención: una lectura distraída por debajo de sus pestañas, una rápida ojeada al entorno. Se cierran, acompañando un bostezo en el amago de un sueño que los lleve lejos de todo cuanto ya han visto.


Pero un golpe sobre la mesa los abre, aterrorizados. Negros desprenden una furia difícil de aplacar, reclamando una atención que no tienen y verdes solo pueden contener las lágrimas abrasándolos al sentir en el local una amalgama sobre ellos. Sobre ella. Incapaces de sostenerse al frente, desdibujada la realidad a su alrededor, buscan una salida hacia la calle.


El miedo los nubla, pero aquel reflejo en el cristal de la puerta los atrapa, y se vuelve, respirando ante esos ojos de un azul intenso, el único cielo en el que su verde esperanza quiere ahora volar.

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